Los Cachis
No me gusta conducir. En realidad, lo evito siempre que puedo. Todos los días, Y. toma el auto para ir a la oficina, la misma ruta que yo. Pero yo prefiero la bicicleta. Casi siempre llego más rápido. Y más contento. Pero hoy, por excepción, me dejo convencer. Vamos juntos al mercado.
Pero no es cualquier mercado. Es Los Cachis. El nombre lo dice todo. Cachivaches, de todo y de nada, objetos de procedencia dudosa. Muebles viejos, herramientas, puertas, portones, inodoros, sillas de ruedas. ¿De dónde viene todo esto? Nadie pregunta. Robo, herencia, quiebra... No importa. Lo único que cuenta es el precio.
Las calles están llenas, nos abrimos paso entre el tráfico. Consigo estacionar bajo un árbol grande. Sombra. Imposible. En un mercado tan concurrido como este, un lugar así no aparece porque sí. Algo no me cuadra. Hace unas semanas, un domingo, ya habíamos estacionado aquí. Pero un domingo es otra cosa, hay pocos puestos abiertos, la gente se queda en casa. Hoy es diferente. Por todas partes hay señales de "prohibido estacionar". Pero, por otro lado, justo enfrente, los vendedores ambulantes también ocupan el carril de bici. Aquí las reglas son flexibles.
Y. busca una silla de oficina. Caminamos por los pasillos estrechos entre los puestos, pasando por cómodas polvorientas, espejos rotos, pinturas enmarcadas con marcos dorados y ajadas. Entre la chatarra hay verdaderas joyas: mesas de madera maciza, sillas talladas a mano, piezas que en una tienda de antigüedades costarían una fortuna. Pero ni una sola silla giratoria en buen estado. Lógico, esas cosas no duran mucho.
Así que volvemos rápido al auto. No hay traba en las ruedas. Respiro aliviado. Pero luego lo veo. Un enorme adhesivo en la luneta trasera. Infractor. Infractor de tráfico. Ocupa casi toda la ventana, pegado con un adhesivo que puede tardar meses en salir, o solo con pura desesperación.
Por suerte, el pegamento aún está fresco. Rasco un poco con la uña, se desprende un poco. Nos ponemos a trabajar de inmediato. Y, como en este mercado se consigue de todo lo que un infractor necesita. Compramos solvente, una cuchilla de cúter, trapos de limpieza y una botella de agua. A la sombra del árbol, rascamos y frotamos. Gotas de sudor y químicos resbalan por el vidrio trasero. Diez minutos después, el adhesivo ha desaparecido. Justo a tiempo. Si hubiéramos llegado cinco minutos más tarde, el pegamento ya se habría secado.
Más efectivo que una multa que nadie paga. Más útil que una sanción que solo beneficia al policía que la pone.
No vuelvo a estacionar aquí.
La próxima vez, voy en bicicleta.